En la temprana modernidad europea, los primeros lectores de un libro no eran quienes lo compraban: era los escribas que copiaban el manuscrito del autor o del traductor, los censores que lo autorizaban, el editor que decidía poner ese título en su catálogo, los revisores que preparaban el texto para la imprenta, lo dividían en capítulos o secciones y le añadían la puntuación, los cajistas que componían las páginas, los lectores de pruebas que lo corregían. La mano del autor no podía ser separada del espíritu del impresor. Este libro está dedicado al proceso de publicación de las obras que dan el marco a las representaciones que los lectores se hacen del pasado o del mundo. Relacionando historia cultural, crítica textual y estudios bibliográficos, y analizando obras canónicas como Don Quijote de Cervantes o las obras de Shakespeare o textos menos conocidos, Chartier identifica las discontinuidades fundamentales que transformaron la circulación de la palabra escrita entre la invención de la imprenta y la definición, tres siglos más tarde, de lo que llamamos "literatura". Al tomar en consideración el cruce entre "la mano del autor y el espíritu del impresor" se pone en evidencia, dice Chartier, que "cada decisión adoptada en el taller tipográfico, hasta la más mecánica, implica el uso de la razón y el entendimiento", mientras que, "a la inversa, la creación literaria siempre se enfrenta a una primera materialidad, la de la página en blanco".