Los guardianes de la ortodoxia gustosamente hubieran quemado a Mary Ward en una hoguera inquisitorial. Galileo, por aquellos años, desarticulaba el planetario moviendo la tierra en torno al sol. Un mismo papa, Urbano VIII, condenó a Galileo y condenó a Mary Ward. Mary Ward, crecida en una familia yorkina empapada de jesuitismo, quiso aprovechar inteligentemente la brecha abierta por Ignacio de Loyola que desparramaba a sus jesuitas hasta cualquier área fuera de los muros tradicionales monásticos. Esta fue la primera mujer cristiana decidida a situar a las monjas fuera de los conventos de clausura donde los varones las tenían encerradas. El amor divino en ella arde como el fuego, no se puede encerrar. Es imposible amar a Dios y no trabajar para extender «Su Gloria». Crea equipos de jóvenes cultísimas y las pone al frente de escuelas y de misiones arriesgadas. Defensora de la Iglesia Católica en Inglaterra sufre la persecución anglicana por ayudar a los pobres, a los presos y a los católicos vacilantes en su fe. Pagó cara su osadía. Tras ella, bien a pesar de los jerarcas empeñados en ahogar sus planes, un chorro de «monjas en la calle» ha contribuido desde la mitad del siglo XVII a capacitar a las féminas para su gran revolución. La misión que emprendió en Inglaterra, hoy día esta extendida en los cinco continentes a través del Instituto que fundó. I.B.V.M. Instituto de la Bienaventurada Virgen María