Este libro trata de la invención literaria, que asediaré en diferentes autores desde Garcilaso a Gracián, a los que se añaden Góngora, Cervantes y Quevedo. Al elegir el término «invención» quiero darle un sentido preciso, que evita hacerlo simple sinónimo de creación. Y ello porque el contenido del término y concepto de invención es muy diferente hoy del que se tenía en los siglos XVI y XVII, época que centran los estudios incluidos en este libro. Mientras que actualmente se entiende por invención un concepto análogo al de creación, en términos de producción de un pensamiento o de una técnica nuevos, ligados a la idea de originalidad, Garcilaso, Cervantes o Quevedo usan ese concepto de otra manera. Como iré desarrollando en los diferentes capítulos de este libro, invención se ajustaba en aquella época al sentido que ese término heredaba de la retórica clásica, que era un sentido específico, vinculado a una de las cinco partes de la Retórica. Estas cinco partes eran como se sabe: la «Inventio» (encontrar los argumentos que decir), la «dispositio» (disponer en un orden esos argumentos), la «elocutio» (expresarlos verbalmente), la memoria (procedimientos para recordarlos) y la «actio»(declamación o pronunciación). En términos modernos podríamos decir que las tres primeras operaciones se corresponden con la construcción del enunciado o discurso (semántica y sintaxis de un enunciado) en tanto que las dos últimas son operaciones pragmáticas, de sentido práctico de comunicación entre quien hablaba y quien escuchaba y tendentes a la ejecución del discurso como tal. Aunque las cinco partes no implican una sucesividad, el modo como los teóricos antiguos las definían tendió a presentarlas como partes sucesivas. Cicerón, por ejemplo, explicaba muy pedagógicamente estas partes en su «De Oratore» (I, 31): Y puesto que todo el poder y facultad del orador hubieran sido distribuidos en cinco partes, que primero debería encontrar lo que diga; después organizar y componer no sólo con orden sino también con cierta fuerza y juicio las cosas encontradas; luego por fin vestir y adornar aquellas cosas con el discurso; después guardarlas en la memoria; finalmente hablar con dignidad y con gracia... Tanto el término latino «Inventio» como su equivalente griego (heuresis) se entendían como un procedimiento o actividad del hallazgo, es decir, la parte de la retórica dedicada a ‘encontrar qué decir’, y tiene por tanto una significación mucho más extractiva que creativa. Responde a un tipo de cultura que como la clásica entiende el discurso como un ‘sacar a la luz’ elementos que ya se tienen en el enorme depósito de argumentos y asuntos consagrados por la tradición, de los que un orador o escritor dispone a la hora de hablar o de escribir para convencer con sus tesis o pruebas. Por ello la «Inventio» configura un aparato vinculado a los ‘argumentos’ y a los ‘lugares’ o tópicos de que un orador o escritor se sirve para la eficacia de su discurso. Precisamente la «Inventio» está muy asociada en la tradición literaria a la tópica o lugares de búsqueda que una tradición consagra, si bien la tópica llegó a entenderse después como el depósito de ciertos lugares temáticos y estilísticos ya consagrados por la tradición discursiva y que se asocian a cada asunto. Si quisiéramos pedagógicamente asociarlo a un elemento moderno, diríamos que la «Inventio» era más bien un «buscador», un elemento de pesquisa de aquellos lugares que se entienden eficaces para defender una causa o exponer un asunto. También he tenido en cuenta, a la hora de seleccionar los estudios que favoreciesen la unidad epistemológica del libro, la fuerte cohesión que en la cultura de los autores tratados había entre la invención retórica y la invención poética. Antes de que tuviera nacimiento el concepto de literatura, que es del siglo XVIII, posterior a la época de la que trata este libro, el término común de Poesía aunaba elementos de construcción retórica y de construcción poética. No únicamente porque tal unión era muy visible en el pensamiento contenido en las dos obras de Aristóteles, la Poética y la Retórica, sino porque para quienes se formaban en el Arte de la Poesía (término equivalente a lo que entendemos hoy por Literatura) los conceptos, instrumentos y procedimientos de aprendizaje habían asimilado la solidaridad de ambos dominios. Cuando Garcilaso «inventa» la que hemos conocido como Canción III, cuyo estudio abre este libro, no está separando aquello que quiere decir acerca de su destierro en una isla del Danubio, de la ordenación retórico-argumentativa que ha dado a las estrofas. Su invención poética y su invención retórica son indisociables, del mismo modo que cuando Góngora construye la Fábula de Polifemo y Galatea, maneja el concepto de «Fábula», según creo haber mostrado en el capítulo siguiente, como una «ordenación de las acciones» que en su poema ha ido disponiendo en orden a su eficacia retórica y poética. Es igualmente visible en los casos de Quevedo, quien construye sus sonetos según pautas muy cercanas al sentido clásico de la invención y disposición de un asunto y por supuesto se proyecta sobre un Gracián que concibe una retórica nueva que dé paso al modo como la Invención era removida por el nuevo arte del concepto, de manera que la Poesía encontraba una Arte nueva que diera alma de sutileza e ingenio al cuerpo de figuras de la tradición. Ese sentido de invención literaria es el que este libro va a perseguir en diferentes etapas de un viaje en el que vamos a encontrar a cada uno de los escritores (entre los que se encuentran los más grandes) en el brete de dar continuidad y al mismo tiempo variación a una tradición heredada, como se ve muy bien en el caso de Cervantes para con el héroe clásico, al que quiere inventar desde una conciencia nueva, que por tal gesto ha ganado el calificativo de moderno. He dejado señalado el lugar y la ocasión donde fueron apareciendo estos estudios que son ahora capítulos de un libro unitario, pero que nacieron en diferentes circunstancias y años. Los he dejado como nacieron y respetado el estado de la cuestión de cada asunto cuando lo hicieron. Pero de mis incursiones en los Siglos de Oro he reunido tan sólo aquellos estudios que pudieran leerse como episodios de una aventura de la creación literaria. Al reunir ahora los que soportan esa unidad sobre la invención poética y retórica he caído en la cuenta de que muchas veces sin saberlo un investigador responde a preguntas implícitas que no siempre se había formulado con igual grado de consciencia con el que las ve ahora. En el fondo todo proceso de lectura es ir obteniendo en los textos literarios mucho más de lo que tenías, porque los grandes textos son aquellos capaces de llevarte donde no sabías que ibas a ir, y donde finalmente te hallas feliz. Si hubiera sido capaz de transmitir al lector parte de esa felicidad de mi encuentro con los textos este libro habría colmado mis expectativas. Murcia, 1 de Julio de 2012