Este libro dedicado a la aparición del cuadro se ha concebido precisamente en la época en que su desaparición empieza a ser notoria. Frente a las antiguas imágenes con una función de devoción y culto precisa y con un lugar determinado, el cuadro es un objeto que va ganando en autonomía y en versatilidad al compás de los avatares de la historia y de la propia evolución de la técnica artística. Puede decirse que el cuadro como objeto de contemplación estética y susceptible de formar parte de un ambiente doméstico, una colección o de un museo es una invención relativamente reciente. Es en el clima de renovación del saber filosófico y de las guerras de religión cuando curiosamente se empieza a debatir y a clarificar el pa­pel de la imagen. El cuadro es un objeto creado para otro tipo de contemplación que la dedicada a los iconos, a los murales de asunto sacro o a las miniaturas de los códices. El cuadro se puede destruir, venerar o coleccionar, comprar y vender. La di­versificación de los géneros pictóricos se hace patente y empieza la Era del Arte. Lo que importa no es sólo la temática (fe­nóme­no secundario) sino la personalidad del pintor que reflexio­na pintando sobre el mundo y sobre su mundo. Este li­bro nos invita a considerar el cuadro como algo más que un objeto religioso o decorativo y pretende reconstruir en la me­dida en que esto es posible su entorno cultural. Estas páginas nos conducen a un punto crítico y concluyen justo cuando el virtuosismo de un extraño pintor nórdico, Cornelius Norbertus Gijsbrechts, nos enfrenta a la paradoja de presentarnos un cuadro pintado que evoca nada más y nada menos que el revés de un cuadro.