En 1823 Cádiz fue incluida entre las plazas ocupadas por el ejército francés que había contribuido a restaurar a Fernando VII en el trono absoluto. En la toma de esta decisión se tuvieron en cuenta dos circunstancias concretas: el compromiso de Cádiz con el liberalismo y su estratégico emplazamiento. Prolongada durante cinco años, la presencia de las tropas francesas afectó seriamente la vida de Cádiz y de las poblaciones de su entorno. En primer lugar, porque supuso una moderación del talante represivo característico del nuevo régimen absolutista. En segundo lugar, porque incidió en la vida de unas ciudades que sufrieron durante años una situación prevista inicialmente con carácter extraordinario, de suerte que obligó tanto a la población, como a las autoridades, a habituarse a la presencia de unas tropas extranjeras que controlaban, en la práctica, los resortes del poder.