Un verdadero océano de archivos dispersos a través del mundo (algunos de ellos aún inaccesibles, como sucede en el caso de la Inquisición romana); una leyenda blanca fabricada en el siglo XVI por los propios inquisidores y por los poderes políticos que los utilizaban; una leyenda negra propagada por las víctimas y sus allegados, duraderamente sostenida por el conjunto de los países protestantes; decenas de panfletos y apologías, y centenares de trabajos elaborados por los historiadores. Una institución creada en el siglo XIII, regenerada -si es lícito decirlo de este modo- en el alba de los tiempos modernos en España, en Portugal y sus posesiones de ultramar, y en numerosos Estados italianos, y abolida sólo en el siglo XVIII incluso en el XIX en ciertos casos-. Unos de los más poderosos aparatos burocráticos segregados por las sociedades del Antiguo Régimen. Un monolitismo teórico impuesto por el papado a los Tribunales de la fe, que constituye de hecho una hidra sometida a los poderes públicos y a sus objetivos políticos y sociales, sujeta en consecuencia a sus conflictos y compuesta por hombres de personalidades y ambiciones contradictorias. La Inquisición -o más bien las Inquisiciones- difícilmente se capta en su totalidad; su complejidad desafía toda síntesis. Sólo en periodos de larga duración y utilizando un método comparativo se pueden trazar los rasgos fundamentales de esta policía de la fe y las costumbres; sólo así se deducen los efectos producidos por la represión de la herejía en las sociedades en que aquella había arraigado. La novedad y originalidad del presente libro reside en su intención de comprender el complejo fenómeno de la Inquisición a través de cuatro aspectos que le confieren cierta unidad en el espacio y en el tiempo. Los ritos y la etiqueta, que constituyen formas concretas de afirmación de uso externo e interno, permiten situar la posición del os inquisidores y de su entorno frente a los poderes civiles y eclesiásticos, las formas de organización inquisitorial nos revelan los mecanismos específicos que determinan la toma de decisiones y de funcionamiento; los modos de acción empleados aparecen preñados de enseñanzas sobre los objetivos estratégicos y tácticos de los tribunales de la fe; y, por fin, los sistemas de representación (sobre todo en el caso de la emblemática) nos muestran los programas aplicados. Más allá de esas imágenes que han vuelto familiar cierta literatura de combate -hogueras, torturas, represión del judaísmo, del protestantismo o de la brujería, control del pensamiento mediante el control de libros-, la obra nos desvela un mal conocido fresco de las estructuras mentales imperantes en la Europa latina.