Propugnar una escuela innovadora hoy, como ayer, es oponerse al inmovilismo ante los problemas y deficiencias que se detectan en cada momento histórico en los centros, en la práctica de las aulas y en la política educativa. Una escuela innovadora aspira a la mejora progresiva de la enseñanza y, para ello, asume la responsabilidad de detectar, estudiar y afrontar con fundamento los problemas pedagógicos que se puedan manifestar en su contexto. Igualmente, reacciona ante la inercia conservadora del dejar las cosas como están y desviar sistemáticamente las responsabilidades hacia agentes exteriores (administración educativa, familias, los propios alumnos...), aceptando el protagonismo que le corresponde en el avance hacia mayores niveles de calidad en la enseñanza. Se trata, pues, de una escuela que reivindica ante esos otros agentes los cambios e iniciativas que cree necesarios, pero sin que ello conlleve hacer dejación de sus propios derechos y deberes ante los problemas de la enseñanza.