En La ilusión vital, Baudrillard, como siempre, provoca al lector a que extraiga conclusiones interesantes e inusuales. En primer lugar, Baudrillard dirige su atención al problema de la clonación. Hoy en día, cuando todo puede clonarse, simularse, programarse y gestionarse genética y neurológicamente, la humanidad se siente incapaz de afrontar su propia diversidad, prefiriendo en lugar de ello retroceder a la patológica eternidad de las células autorreplicantes. Al revertir a nuestros orígenes víricos como seres asexuados inmortales, satisfacemos irónicamente nuestro impulso de muerte, poniendo el punto final a nuestra especie tal como la conocemos. Después, Baudrillard analiza el "no acontecimiento" que supuso el cambio de milenio. El reloj digital del Beaubourg Center de París, que mostraba la cuenta atrás hacia el fin del milenio, es el símbolo perfecto de nuestra época: la historia, más que progresar, retrocede. Por último, Baudrillard examina lo que llama "asesinato de lo real" a manos de lo virtual. En un mundo de copias y clones, ya no es posible hablar de realidad. Más allá del asesinato simbólico de Dios a manos de Nietzsche, nuestro mundo virtual desprovisto de referentes está en el proceso de exterminar la realidad sin dejar huellas: "No hemos recuperado el cadáver de lo real - si es que hay alguno - no se encuentra en ningún lugar".