En los grandes centros urbanos, donde va en aumento el anonimato, las adscripciones son fluidas y se multiplican los ?no lugares?, las parroquias parecen desmoronarse, convirtiéndose, en particular en las metrópolis, en algo así como en pueblos que se ponen uno junto al otro. Se trata de cambios que interpelan a la parroquia, y que hemos de conocer a fondo en sus demandas y en las necesidades, también espirituales, que hacen aflorar. En cualquier caso, la novedad social y cultural, la movilidad y el anonimato imperante no suscitan en los ciudadanos grandes demandas de oración, de encuentro, de educación y de mística. Y la parroquia tiene demasiadas veces un planteamiento todavía ?rural?, que no parece estar en condiciones de responder a las necesidades espirituales del presente. El desafío consiste en ser punto de referencia para todas las demandas, sin dividirse en especializaciones, sin o en el interior de una dimensión de comunión. De este modo se evita el riesgo de convertir a la parroquia únicamente en un conjunto de Clubs. En las ciudades, sobre todo en las de grandes dimensiones, la parroquia se encuentra cada vez más frente al desafío de sumergirse en las experiencias del territorio, en los polos que construyen socialidad y cultura, en los espacios que expresan necesidades, solidaridad y la democracia de base. Al mismo tiempo, el desafío consiste en no perder una de las cualidades más bellas de la parroquia, a saber: la de ser Iglesia en la ciudad, en condiciones de escuchar e interpretar el territorio para anunciar el evangelio a todos, en todo lugar.