La Guerra de la Independencia provoca un inaudito trauma colectivo e individual. En 1808, obliga a escoger precipitadamente entre la colaboración con los invasores y la resistencia. El dilema es especialmente acuciante para la élite ilustrada. Por su lado, los militares, los paisanos incorporados a la guerrilla, los eclesiásticos, los notables locales, los letrados, las mujeres..., en sus respectivas áreas y con sus actuaciones heroicas o mediocres, revelan sus mentalidades y sus credos. A partir de 1810, en la minúscula península gaditana, otros personajes acceden a la notoriedad por su arte oratoria en las Cortes o por sus escritos vehementes: serán héroes para sus admiradores y enemigos para sus adversarios políticos durante esa “guerra de ideas” que estalla en el seno de la resistencia patriótica y antinapoleónica, mientras “los hijos espurios de la Patria” han escogido, por convicción, oportunismo o flaqueza, la colaboración con el “rey intruso”. Durante el conflicto, pertenecen a la peor clase de los “traidores”. Pero cuando el ingrato Fernando vuelva del cautiverio, no sólo a ellos les colgará un infame sambenito, sino que también condenará a la cárcel o al exilio a los expatriados culpables de haberse adherido al liberalismo.