Para los antiguos griegos, el descubrimiento de la belleza coincidió con la intuición del universo. El mundo se mostró ante sus ojos sorprendidos, en todo el esplendor de un “kósmos”, es decir, de un “orden bello”, un sistema coherente de partes organizadas según un criterio teleológico, capaz de suscitar un sentimiento de admiración y de emulación almismo tiempo; ese sentimiento que, como dirá posteriormente Aristóteles, da origen a la filosofía.