Luego de estudiar a Auerbach, Pasolini se convence de que, a mayor contaminación de materiales lingüísticos heterogéneos, tanto literarios como extraliterarios, mayor realismo. La mímesis, es una apertura de horizontes lingüísticos; un modo de escuchar al otro y de dejarse atravesar por su palabra. Leída de manera crítica, la mímesis dantesca permite pensar un modo tal de entender la escritura en la que lengua y realidad sean términos inextricables y como el lugar donde se anule toda diferencia entre el yo autoral y el mundo representado. En esta búsqueda de una literatura-expresión, Pasolini explora una forma de escritura en proceso, que le permite entregar a la imprenta La Divina Mímesis como un texto no cerrado, opuesto tanto al texto estilizado del joven poeta y del joven novelista, como a los productos consolatorios, transgresivos, de la neovanguardia. La Divina Mímesis es, en este sentido, una forma posible para una escritura eminentemente política que convoca algo que está más allá de ella: una experiencia que no llega a ser nombrada del todo, como la luz meridional o las florcitas que proliferan reticularmente (Canto II), pero que sin embargo subsiste, como el exceso de lo real frente al lenguaje.