El Prometeo tecnológico del siglo xxi nos ha entregado el fuego artificial y nos ha convertido en pequeños demiurgos. Hemos despertado de un sueño milenario y se han abierto las puertas de la tierra prometida de la interactividad. Prometeo nos ha dado el poder simbólico y estamos ebrios de nosotros mismos. Somos hijos de un mesianismo tecnológico y estamos convencidos de que el único límite de la acción humana estriba en aquello que (todavía) no puede hacer la tecnología. El resto, es posible. Y deseable. Somos, como diría Ortega y Gasset, unos “niños mimados”. Vivimos en una sociedad acelerada, seducida por la tecnología y, sin darnos cuenta, a golpes de clics, renunciamos a nuestra vida privada y a nuestras libertades mientras nos entretenemos en Internet. No somos conscientes de que la nueva soberanía que tenemos en el ciberespacio pone en riesgo la propia democracia.