El desbarate sufrido por el patrimonio artístico español entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del XX nos ofrece un triste relato: la crónica de un tiempo en el que un país pobre e inculto hizo almoneda de su casa, vendiendo sus enseres al mejor postor. Una historia donde se dan cita las dudosas actividades de vendedores, intermediarios, consentidores, encubridores y compradores de un acervo cultural acumulado a lo largo de siglos de historia. El resultado es un estremecedor catálogo de piezas artísticas, de diversa naturaleza, que fueron perdidas la mayor parte de las veces en dolorosas circunstancias y hoy se encuentran desperdigadas en colecciones de todo el mundo, principalmente en Estados Unidos. William Randolph Hearst es el gran protagonista de esta narración; el todopoderoso empresario de la comunicación, tristemente vinculado a la página final de nuestra historia colonial, y fuente de inspiración para Orson Welles en su mítica película " Ciudadano Kane " . Hearst fue el mayor comprador de arte español de su tiempo, un comprador compulsivo que, a través de turbias maniobras, no dudó en vulnerar todo tipo de obstáculos legales a fin de satisfacer su insaciable apetito como coleccionista. Para ello, a golpe de talonario, contó con cooperadores en todos los estamentos sociales, desde modestos operarios, hasta dignísimos intelectuales, clérigos y políticos, quienes, por su condición, más obligados estaban a la defensa del legado artístico. A su lado estuvieron Arthur Byne y su esposa, Mildred Stapley; cultos, ricos y bien posicionados socialmente, ellos fueron sus principales agentes en España y protagonistas fundamentales del negocio clandestino de venta y exportación de tesoros artísticos del país. Autores de importantes estudios sobre arte, mobiliario y arquitectura españoles, los Byne utilizaron dichas publicaciones como catálogos de las piezas que ofrecían a museos y coleccionistas americanos.