La justificación teórica de sus privilegios por parte de las élites sociales se hace más intensa y repetitiva desde comienzos de la Edad Moderna. El viejo esquema estamental de oratores, bellatores y laboratores se había vuelto cada vez más artificial a medida que la sociedad europea se iba alejando del Medievo. Ya no se corresponde con la realidad en demasiados casos (la nobleza, por ejemplo, se ha dicho que iba “traicionando su misión”); las relaciones de poder ajenas a este esquema son cada vez menos subrepticias, mientras las redes clientelares pesan más que nunca; y las ideas de humanismo renacentista promovieron el uso de la razón y la exaltación de la virtud personal. Pero los poderosos seguían ahí, en su lugar destacado y privilegiado; y, por supuesto, no estaban dispuestos a perderlo, ni siquiera en el plano teórico. La consideración de la sangre como portadora de virtudes personales es una de las armas teóricas que más están dispuestos a utilizar, por cuanto favorece completamente sus intereses de élite. Por ello, ayudados también de los gustos de un público eminentemente conservador, favorecen una cultura (en sus más diversas manifestaciones artísticas, literarias, musicales, etc.) ensalzadora del linaje y de la estirpe que lucha contra el ideal del mérito y la virtud. Una lucha expresada con asiduidad en la más que sobresaliente literatura española del Siglo de Oro, donde la sangre se convierte en uno de los temas más transitados por lo atractivo que tiene para el lector y como reflejo de una realidad social cada vez menos inmutable. Una mirada transdisciplinar entre historiadores y filólogos y teóricos de la literatura, como pretende este volumen, se hacía más que necesaria para arrojar luz sobre este tema cultural de tan gran calado en su época y en siglos posteriores.