Es razonable predecir que la mayoría de las personas que están cursando estudios de grado y de posgrado tendrán que responder ante cambios que hoy nos resultan imposibles de identificar en detalle. Es decir, que tendrán que responder flexiblemente ante circunstancias y contextos cambiantes y por ahora desconocidos. Obligarles a aprender «lo que siempre se ha aprendido» y de la manera que siempre se ha hecho es equivalente a fallar en el cometido de ofrecer preparación adecuada. Ante esta situación, ante la necesidad de aprender a adentrarse satisfactoriamente en lo desconocido, hoy más que nunca, la innovación en la docencia universitaria es vital. Quisiera comentar brevemente el propio título o lema de las jornadas «dejar hablar a los alumnos». Es interesante como lema. En una posible lectura, esta directriz presupone que no se está dejando hablar a los alumnos, que de tanto hablar los profesores el alumnado queda sin voz o posiblemente sin apropiarse, sin «adueñarse» de lo que aprenden. Desde luego Don Finkel en su libro «Dar Clase con la Boca Cerrada» plantea esta cuestión algo similar por otra parte al planteamiento de Caleb Gattegno y su «vía silenciosa» (The Silent Way) para la enseñanza de matemáticas e idiomas (entre otras cosas). Una cosa que ocurre cuando cierras la boca o dejas hablar es que creas un silencio un espacio. Pero la pregunta siguiente es ¿cómo se puede hacer uso óptimo de tal espacio? ¿Cómo se crean las condiciones para que los alumnos hablen? ¿Es suficiente con dejarles? ¿Hay que hacer algo más? - ¿alentarles? ¿estimularles? ¿obligarles? ¿Es suficiente que hablen? ¿o queremos que hagan algo más? ¿que pregunten? ¿que investiguen? TIM INGARFIELD, del "Prólogo" a este libro