Hace tiempo que la filosofía margina el argumento de la consolación y al mismo tiempo omite obstinadamente, quizás porque le incomoda, la figura del filósofo consolador. Sin embargo, estos temas, arrumbados lejos de los debates filosóficos más recurrentes, han continuado informando secretamente el pensamiento, de modo que no sería ilegítimo “reescribir la historia de la filosofía moderna desde el punto de vista de la consolación”. En este libro, que adopta la estructura de un pequeño tratado, Sgalambro prefiere los senderos abruptos a los cómodos itinerarios académicos para presentar al consolador como un “estafador, pero en el sentido supremo” y revelar la consolación como el rasgo distintivo de la “edad del gesto” preconizada por Kant, edad en la que, agotados los recursos de la acción, tan sólo restan las virtudes taumatúrgicas de la palabra. Si la veta más alta de la moral es la compasión, en virtud de la cual un individuo se reconoce a sí mismo en el otro y actúa en consecuencia, el consolador siente la más absoluta indiferencia ante el afligido. Pero es justo esta indiferencia la que permite el paso de la compasión a la consolación: “a mí no me importa nada tuyo; pero sólo de este modo podré consolarte”, afirma Sgalambro.