Vivir sin confiar en nada ni en nadie es no vivir; pero vivir confiando en todo y en todos supone más riesgos que los que conlleva por sí misma la vida. Salir de la habitación es arriesgarse a caer, a ser herido, condenado, traicionado, vituperado y escarnecido, pero quedarse dentro permanentemente es renunciar a vivir y morir de miedo. La confianza es el misterioso motor que nos invita a tantear las cosas, a exponernos al error, a conocer al otro y a dejarnos conocer, a caer y a volvernos a levantar. Es fácil fallar y nunca se aprende del todo: ni que viviésemos mil años encontraríamos la fórmula.