La escritora Marguerite Yourcenar iniciaba su autobiografía contando la historia de sus antepasados porque se sentía consciente de que nadie nace “inocentemente”. Nacemos con una herencia familiar de miedos y deseos que desde el primer día forman parte de nosotros. Somos, también, nuestro pasado. Quizá esto explique la especial atracción estética que contienen las “sagas narrativas”, ese subgénero narrativo que nos permite, como lectores, contemplar los complejos mimbres con que se tejen los destinos personales y ver y comprender cómo esos destinos se construyen a partir de una urdimbre de tensiones familiares e históricas que los protagonistas desconocen. Isaac Bahevis Singer, Premio Nobel de Literatura en 1978, inicia con La casa de Jampol una saga familiar que abarca la singladura vital de una familia de judíos polacos. La historia nos remonta hasta el pequeño pueblo de Jampol, justo en los días, año 1863, en que la última rebelión polaca contra el imperio zarista ha sido aplastada a sangre y fuego. En esa situación de río revuelto comienza su ascensión económica y social la familia del comerciante judío Calman Jacoby. Alrededor de este personaje, de su mujer y de sus cuatro hijas, la saga entreteje sabia y pacientemente un mapa humano que acabará por dar cuenta tanto de la trayectoria individual de los personajes -amores, bodas, alianzas, compromisos, nuevos parentescos, nacimientos, exilios, separaciones, muertes, emigración– como de la evolución general de la sociedad polaca durante la segunda mitad del siglo XIX. Pero si el planteamiento parece propio de una novela del siglo XIX, la marca del autor, de su talento, impregna todo el relato de una palpable modernidad pues no en vano está escrita desde una conciencia absolutamente contemporánea. Y es ese contraste el que otorga especial magia a su lectura. La magia del realismo. El Editor