Ángel Fernández-Santos escribe sobre "La buena vida" «... "La buena vida", película completamente hermosa y emocionante, donde corre y se desborda con el añadido de dificultad de que David Trueba ahora es también quien la materializa en imágenes esa antigua agua que crea sed en vez de calmarla y en la que flota la escurridiza materia de que está hecho el talento, la capacidad de algunos humildes -el único abono imprescindible para que el talento aflore es la humildad- jugadores a dioses que les permite dar forma a lo informe, hacer luz con sombrío, convertir lo duro en tierno y lo inefable en dicho. Los ojos del instinto David Trueba es un cineasta de esta gran estirpe. Las porosas, vivas pese a ser mortecinas -pues sonriendo nos cuentan que bajo el despertar del sexo asoma el hocico la primera percepción de la muerte-, imágenes por donde discurre "La buena vida" son indicio de que detrás de ellas hay un artista capaz de situar su oficio a la altura de los ojos de su instinto y que por ello puede y logra apretar en un relato sencillo muchísimas complejidades. ... Y que introduce en una fábula amarga la presencia de lo dulce y lo amable: ese choque de sabores y sensaciones encontradas (y sin embargo en desconcertante acuerdo) que plasmadas en una pantalla humedecen con lágrimas la sonrisa que provocan. Es este glorioso acuerdo de contrarios algo que únicamente crea la presencia en una pantalla de auténtica gente viva, que no conocemos pero que inesperadamente (albergados fuera y hechos cosa) reconocemos sorprendidos, conmovidos, agradecidos. Y "La buena vida" es toda alma. ¿Hay un maestro detrás de ella? Lo hay, aunque David Trueba es casi un niño en un oficio para curtidos. Crea verdad, ternura y elegancia. Nos reconcilia con nuestros desacuerdos, nos recuerda los olvidos y logra hacernos literalmente volar con sus fantasmas íntimos sobre los techos de París. Es dueño del misterio del talento y su don de la sencillez deja la puerta abierta a la esperanza de que siga siendo humilde y ahonde en el creador ingénito que lleva dentro.» El País a 18-12-1996