Los lectores actuales de Eros y Psique, de Apuleyo (libros V y VI de El asno de oro), han tendido a subrayar los temas que aparecen todavía en los cuentos y fábulas de hoy: Afrodita manda a Eros que castigue a Psique por lo mismo que la reina del «espejito, espejito» en Blancanieves manda al leñador que mate en el bosque a la princesa. Pero la historia de Eros y Psique tiene, además, una significación que trasciende esta o cualquier otra analogía que de ella pueda hacerse. Pues si Adán y Prometeo, al desobedecer, roban a los dioses el monopolio del saber, Psique les roba a su vez el monopolio del amor; un amor que deja de ser pura voluptuosidad reproductiva, presidida por Afrodita, para hacerse santo y seña de una emoción personal, que en adelante encarnará Psique. Precisamente será este el contraste entre la vieja y la nueva diosa del Amor: el de la intoxicación afrodisíaca frente al enamoramiento psíquico. Y aquí ya estamos ante la irrupción de un nuevo sentimiento. O esto es por lo menos lo que se desprende tanto de la tendenciosa interpretación que Xavier Rubert hizo del mito, como del irónico sainete en que lo transformó Xita Rubert.