La apreciación estética de la naturaleza está dotada de una libertad negada a la apreciación artística: ante el mundo natural somos libres para enmarcar los elementos como nos plazca, para adoptar cualquier posición o movimiento, de cualquier manera, en cualquier momento del día o de la noche, en cualquiera que sean las condiciones atmosféricas, y de utilizar cualquier modalidad sensible, sin por ello incurrir en el error de malinterpretarla. Ningún aspecto visible o cualidad, estructura interior o exterior, percibida a cualquier distancia y en cualquier dirección, se considera irrelevante en su apreciación estética. Y lo mismo es verdadero, mutatis mutandis, para las otras modalidades sensibles, en la medida en que la percepción de gusto, olor, textura, movimiento, presión y calor caen dentro de las fronteras de la estética.