En el siglo XIII, con la instalación de los nazaríes, la Alhambra se convirtió en una ciudad palatina. Pensada como la morada de la nueva dinastía y como espacio de desarrollo de su poder, fue una auténtica madina, con todos los elementos que conformaban en aquella época un núcleo urbano: su parte militar o Alcazaba; la zona palatina, ordenada en su recinto amurallado, un rico mundo periurbano, en el que la vida agrícola era muy importante. Todo el conjunto fue posible por la traída de agua desde el Darro, voluntad expresa del primer rey nazarí, Muhammad I. Las fases de su desarrollo muestran la política edilicia de los emires granadinos y el avance del núcleo por los espacios naturales, a los que transforma.