Las ascensiones en globo aerostático fueron desde finales del siglo XVIII una forma de vuelo en la que científicos, artistas y viajeros pudieron poner sus intereses a la altura de las aves, desarrollando experiencias y profesiones de muy distinto carácter. Los hombres, y no pocas mujeres, pioneros de la aerostación, convirtieron la disciplina en la primera escuela práctica de la aeronáutica. Su vida transcurrió plena durante todo el siglo XIX, protagonizando interesantes capítulos de la vida científica y cultural europea y americana. España asimiló desde temprano la novedad del vuelo en globos y en Sevilla afamados pilotos como Vincenzo Lunardi, Eugène Poitevin o Françoise Arban, mostraron sus facultades proporcionando momentos inolvidables a sus contemporáneos. Los distintos gobiernos, la vida social, científica y cultural, el tejido fabril e industrial, las costumbres y el uso cívico del espacio urbano condicionaron, por su parte, la forma en la que la aeronáutica se desenvolvió y evolucionó en la ciudad como ciencia y espectáculo. El público sevillano, con vecinos de toda extracción, intelectuales, nobles y reyes incluidos, pudo contemplar numerosos ejemplos de estos vuelos en globo, tomando unos la forma de experimentos científicos y otros la de espectáculos recreativos. La aerostación, un medio de vuelo limitado desde su nacimiento, fue también objeto del desarrollo de ideas para su mejora. En la capital andaluza los inventores encontraron quienes les escucharan y financiaran en sus proyectos, y el pulso entre estos y sus protectores dibujó escenas llenas de matices. En sus cielosse probaron todos los ingredientes de esta nueva forma de desplazamiento, de entretenimiento y, por qué no, sobrecogedora manera de accidentarse o perder la vida.