Adrià encuentra a su abuela paterna muerta en el salón de su casa. La primera impresión que en sus quince años produce este macabro descubrimiento se transforma en la esperanza de reencontrarse con su padre, que abandonó a la familia hace una década. Al no aparecer en el entierro, el joven siente una necesidad irrefrenable de buscarlo, conocerlo y saber por qué se marchó; unos sentimientos que ha negado todos estos años. Su madre le revela que su padre vive en Kenitra, un puerto fluvial de Marruecos, y el joven viajará hasta allí trabajando como ayudante de cocina en un buque de carga.