Juana de Castilla (1462-1530), mal llamada la Beltraneja, probablemente sea uno de los personajes peor tratados por la historia. Ya en vida, sus enemigos políticos intentaron probar a toda costa que en realidad no era hija del rey de Castilla Enrique IV, para que la hermana de éste, Isabel la Católica, pudiera hacerse con el trono, como al final ocurrió. Tarsicio de Azcona rehabilita su figura en el presente libro, fruto de una profunda investigación y del estudio de la documentación original. En él prueba, ante todo, que Juana fue hija legítima del calamitoso Enrique IV y de su infortunada esposa Juana de Portugal. Jurada en cortes como princesa heredera, sin embargo, el gobierno desmedrado del rey y las apetencias revolucionarias de los prelados y nobles obligaron al monarca a alzar al trono a su hermana Isabel I. La ambición de Juan II de Aragón -al introducir en Castilla a su hijo Fernando como esposo de Isabel- y la aspiración geopolítica del rey Alfonso V de Portugal, quien se casó con Juana de Castilla, desencadenaron la guerra. Triunfantes, los Reyes Católicos impusieron unas «paces» desfavorables y dañinas para Juana: se le obligó a ingresar en un monasterio de clarisas durante cincuenta interminables años y a no poder salir de Portugal de por vida, ya que siempre fue considerada una rival peligrosa. Juana de Castilla, una mujer afligida, desplazada, exiliada de por vida, sin embargo, sobrevivió a todos sus rivales. Una mujer tan polémica bien merece ocupar un lugar señalado en la galería de mujeres regias, con la inscripción: La Excelente Señora.