Después de leer esta biografía del Padre José Kentenich (1885-1968), comprendemos mejor las palabras del Santo Padre, Juan Pablo II sobre el fundador del Movimiento Internacional de Schönstatt: «En agradecimiento reconocido por su legado espiritual a la Iglesia quise, durante mi corta visita a Alemania, en Fulda, nombrarle expresamente como a una de las grandes figuras sacerdotales de la historia reciente y con ello honrarle especialmente». Cuando Dios suscita un fundador que inspira, transforma y deja huellas profundas en su época, la Iglesia siente palpitar otra vez en su corazón la fuerza de la intervención fundamental de Dios, el día de la encarnación redentora. El Padre Kentenich sabía muy bien que su persona y su misión eran, ante todo, don gratuito de Dios que se entrega con generosidad infinita y actúa creadoramente en la historia. Un fundador y su fundación constituyen una gracia especial del Espíritu Santo que enriquece al Pueblo de Dios, en un momento determinado, para que cumpla su misión salvadora. A los colaboradores del Padre Kentenich, les sorprendía siempre su madurez humana y religiosa, su espíritu contemplativo y activo, su armonía interior y su paz, su bondad y su reciedumbre. Verdaderamente estamos ante una «gran figura sacerdotal» que nos arrastra hacia Dios. Por tanto, este encuentro personal con el Padre Kentenich termina espontáneamente en alabanza y gratitud: «El universo entero con gozo glorifique al Padre, le tribute honra y alabanza por Cristo con María en el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén».