¿Es posible afirmar que el hombre ocupa en el cosmos una posición de alguna manera singular, única? ¿O habrá que pensar, por el contrario, que el hombre es uno de tantos seres del universo, un cualquiera? Problemas de este género han ocupado tradicionalmente un puesto importante en la especulación de los filósofos, y hay registradas opiniones para todos los gustos. Sin embargo, en el terreno de las ciencias de la naturaleza se tiende actualmente a no tomar en serio la posibilidad de que el hombre sea un ser especialmente significativo en el universo. El origen de esta tendencia se suele situar en el Renacimiento, y más concretamente en el desarrollo de la astronomía copernicana. La paulatina extensión de las nuevas ideas astronómicas llevó a pensar que la tierra no era el centro del universo, sino un pequeño planeta entre otros muchos. Paradójicamente, esta situación coincidió en el Renacimiento con una gran exaltación del hombre como cima de la Creación. Aunque la tierra no estuviese en el centro del cosmos, no cabía dudar de que el orden armónico de todas sus partes era fruto no del azar, sino de un diseño inteligente -divino- pensado para el ser humano.