Cansados del rancio academicismo, de la monótona repetición de temas y modelos, de la banalidad del gusto de público y crítica, un grupo de jóvenes pintores franceses tiene alrededor de 1860 la audacia de abrir las ventanas de par en par e inundar la pintura de aire fresco, luz, gusto por la realidad y pasión por la vida. Nace así el Impresionismo. Esa irrepetible generación de pintores que se congrega en París está formada por Monet, Renoir, Manet y Sisley, a los que más tarde se unirán otros como Degas, Gauguin o Cézanne. Cada uno de ellos aporta al movimiento su propia personalidad, pero entre todos contribuyen al desarrollo de una corriente que habrá de cambiar de manera radical el curso de la historia del arte. La obra presenta una documentada panorámica por las diversas tendencias que constituyeron el movimiento conocido genéricamente como el Expresionismo alemán, una forma de interpretar el arte que rompía con las concepciones del clasicismo pictórico predominante a final del siglo XIX y que abriría nuevos caminos para la pintura contemporánea.