La violencia es tema que el arte contemporáneo aborda en numerosas ocasiones y con lenguaje y modalidades diferentes. Nada tiene de particular, es un rasgo de la sociedad contemporánea, una lacra del mundo que llamamos moderno. Las manifestaciones artísticas se mueven en un horizonte que algunos calificarán de ambiguo: denuncian la violencia, pero también la estetizan y la convierten en un espectáculo. Muchas veces es difícil establecer con claridad los límites entre denuncia y estetización. Además de la obra o de la acción, el contexto concreto tiene mucho que decir a este respecto, la recepción puede estar mediatizada por acontecimientos e ideas, por valores, sentimientos y emociones, y no cabe esperar que todos estos factores introduzcan principio alguno de «neutralidad». La misma difusión de imágenes de la violencia, su redundancia, puede convertir un fenómeno extremo –y radical en sus consecuencias– en acontecimiento «familiar». Las obras de arte no están exentas de esa difusión ni son ajenas a tales efectos.