Escrito en 1917 y prohibido durante décadas, Ideales políticos constituye un libro especialmente atractivo y esclarecedor, no sólo por el valor y el coraje que llevan a defender el pacifismo y el cooperativismo internacional en plena Primera Guerra Mundial, sino porque en él, de manera sobresaliente, resaltan aquellas «tres pasiones sencillas pero abrumadoramente poderosas» que -según confiesa Bertrand Russell (1872-1970) en su Autobiography- gobernaron su vida: el anhelo del amor, la búsqueda del conocimiento y la profunda compasión por el sufrimiento de la humanidad. Se diría que, consciente o inconscientemente, Russell olvida por completo los recelos neopositivistas acerca de la pertinencia de los juicios de valor, para declarar contundentemente que la mejor vida es aquella no en la que cada uno hace lo que le place sin más, sino aquella en la que los impulsos constructivos o creativos desempeñan el papel principal y los impulsos posesivos, expandidos hasta lo inimaginable en las sociedades capitalistas, tienen el menor protagonismo posible.