En 1929 Edgar Feuchtwanger, hijo de un editor y sobrino de Lion Feuchtwanger, el autor de la novela El judío Süss, famosísima en los años treinta, vive una infancia feliz en Múnich. Desde la casa familiar, el niño, de cinco años, ve al otro lado de la calle a un hombre con un curioso bigote, y cuenta cómo los que pasan por delante le hacen un raro saludo, levantando el brazo. Porque su vecino no es otro que Adolf Hitler. Y así la familia judía compartirá barrio y calle con el que será nombrado en 1933 canciller alemán, hasta el año 1939, en que el adolescente, de quince años, se exiliará al Reino Unido. Hoy, a los noventa años, Feuchtwanger ofrece un testimonio excepcional de un período que, en palabras del autor, para muchos «se ha convertido en algo abstracto. Mi aportación consiste en mostrar, a través de la emoción, lo que sentimos y experimentamos los que vivimos esos años». La historia de la Alemania nazi nos es magistralmente relatada vista por los ojos de un niño desde la ventana de su cuarto: por ejemplo, el revuelo en la casa de Hitler, una mañana de 1934, después de la «noche de los cuchillos largos». También, desde el cada vez más amenazado hogar de la familia judía, vemos cómo la casa del Führer se convierte en una fortaleza, una brutal metáfora de la adquisición de poder y del ascenso de Hitler... «En esta narración se va desplegando ante el lector, de forma rigurosa y extremadamente atractiva, y según un estricto orden cronológico, lo sucedido en Alemania de 1929 a 1939. Nos encontramos ante una armoniosa combinación, la narración de la vida cotidiana de una familia judía, acomodada, refinada y culta, cuyos antepasados se remontan al Núremberg del siglo XVI, con un apasionante relato histórico que se desarrolla debajo de las ventanas del hogar familiar» (Astrid De Larminat, Le Figaro). «Edgar Feuchtwanger evoca a Adolf Hitler desde dos puntos de vista. Uno es el del historiador especializado en el Tercer Reich, que investiga sobre el monstruo, el líder más sádico del siglo XX. Y el otro, mucho más íntimo, el del niño que se cruza con Hitler en la esquina de su calle, el del antiguo vecino judío del Führer, que se acuerda de un hombre más pequeñito que su padre y para nada simpático. De la combinación de estas dos miradas resulta un testimonio excepcional» (Le Parisien).