El incremento de las publicaciones acompañadas de ilustración gráfica durante el siglo XIX se debió a la mejora en la alfabetización de los lectores, al papel propagandístico del que precisaban los movimientos políticos que se sucedieron en el mundo occidental desde finales del XVIII, a los avances técnicos y a los intereses mercantiles de las empresas comerciales consagradas a la industria editorial. Estos últimos precisamente explican el modo de actuación de los propietarios de las editoriales, quienes se volcaron en el empleo de ilustraciones en sus publicaciones. La ampliación de la producción y el consumo de textos impresos darían ocasión a lo largo del XIX a una multiplicación de posibilidades para el diálogo entre pintura y literatura. En la lengua conversacional de esa época, distintas palabras -monos, santos, láminas- nombrarían las imágenes, desatendiendo su proyección en los textos lingüísticos. Hoy, para denominar la relación pintura y literatura, se emplean términos técnicos como iconotexto en que se incardinan ambas vertientes artísticas, si bien Benito Pérez Galdós ya había acuñado el marbete texto gráfico léxico. Sistematizar tal relación explicando cómo se produjo en el curso del XIX en sus diferentes géneros literarios es el objetivo de esta obra.