Con la desaparición de Hegel la filosofía entra en una larga crisis que no es comparable a nin-guna de las otras que había conocido en la historia. La Edad contemporánea está desarrollando un implacable proceso contra las pretensiones modernas de la racionalidad, sospechosas de haber adulterado los caminos del conocimiento y de haber obstaculizado el libre despliegue de las potencialidades de humanización. En este severo juicio la filosofía se ha fracturado en múltiples compartimentos que ordenamos con muchas dificultades y cuyas referencias básicas vamos identificando a una luz siempre cambiante; al mismo tiempo, se exploran con audacia zonas inéditas de la experiencia para enraizar en ellas una reflexión filosófica al abrigo de críti-cas cada vez más amplias. No se trata, en primer término, de resolver determinados problemas filosóficos; antes es preciso asegurar la existencia de la filosofía misma, siempre amenazada por fuerzas poderosas. En ello se juega el futuro de nuestra capacidad crítica, futuro que, a pesar de tantos esfuerzos y de una literatura tan copiosa, no es seguro que hayamos afianzado de manera definitiva.