«¿Es que también vosotros queréis haceros discípulos suyos?» (Jn 9,27). La pregunta se la dirige el ciego de nacimiento a los fariseos y, despojada de la ironía y de la intención polémica que le da su contexto, puede convertirse en un interrogante para cada uno de nosotros. ¿Estamos dispuestos a adentrarnos en el largo proceso de convertirnos en discípulos de Jesús? La decisión nunca partirá de nosotros: «Nadie puede venir a mí si el Padre que me envió no lo atrae» (Jn 6,44). Los relatos bíblicos nos lo recuerdan siempre: ser llamado por el Señor no es nunca fruto de una conquista o término de una búsqueda; es un encuentro sorpresivo, inesperado e inmerecido.