El arte de Gustav Klimt surge de las dos tendencias antagónicas de finales del s. XIX: la pintura histórica tradicional bajo sus diferentes formas y un impresionismo muy próximo a la pintura de aire libre francesa. Si los cuadros simbólicos con numerosos personajes jalonaron regularmente su carrera, los retratos y los paisajes de concepción monumental adquirieron una importancia creciente. A pesar de su primer éxito académico oficial, Klimt se sintió atraído por el arte vanguardista, por el impresionismo, simbolismo y Art Nouveau. Progresivamente renuncio a la profundidad espacial para afirmar la superficie bidimensional, en la que las líneas, los colores y los ritmos se organizan con gran riqueza ornamental e imaginativa. La figura de la mujer está siempre presente con toda su aura simbólica y erótica. Para Klimt, el mundo tenía forma de mujer. Lo más característico de las figuras de los cuadros de Klimt es el hecho de que son representadas de forma más o menos naturalista, pero con un fondo o unos vestidos adornados con diseños decorativos que recuerdan mariposas o colas de pavo real, creando un estilo extremadamente especifico y de una sensualidad exuberante.