Hay vecinos de quienes vivimos muy lejos y extraños a quienes conocemos entrañablemente. Ireneo es de los segundos. Su pensamiento, aparentemente prosaico, iterativo y de formas ajenas a nuestra sensibilidad, se revela de una calidez y humanidad excepcionales. Sus páginas, nacidas hace ya casi dos mil años, destilan una ternura nada común en nuestros días. La lectura de Ireneo, por el contrario, aparece hosca y se revela ubérrima, escondiendo tras un ropaje de figura caduca la novedad impetuosa de una teología viva y en sus fuentes. Gustando a Dios es un estudio de las imágenes del banquete de Dios con la humanidad, tal y como las dibuja la pluma de Ireneo de Lyon en aquellos textos suyos que el mar de la historia ha depositado en nuestras manos. La investigación no se limita a discriminar y sistematizar las imágenes diseminadas en los textos, sino que las va leyendo como urdimbre del pensamiento tramado por Ireneo para tejer su reflexión teológica sobre la historia. Los trazos de las imágenes se revelan así configurando, magistralmente, una panorámica armónica sobre los dos grandes misterios de la fe: la presencia del don de Dios Creador en la fecundidad del cosmos y la fuerza definitiva de su amor en la sanación de una historia libre, pero herida de muerte por el mal. Nuestra cultura occidental se manifiesta especialmente sensible hacia la libertad del hombre y hacia la dignidad del cosmos material. Urge superar la dicotomía entre ambas, tan aparente como nociva. Ireneo nos ayuda a comprender tanto la relevancia cósmica de la libertad como la dimensión amorosa ?léase libre? de la creación del cosmos por Dios. Ireneo vive de la fe. Solo creyendo puede vencerse la parálisis derivada del estupor frente al escándalo de la Encarnación. Solo el amor puede creer y ser creído. Ireneo amó a Dios, amó su carne y la nuestra. Ireneo amó y creyó. Amó una carne, la de la criatura, pese a saberla corruptible en tanto carne creada. Creyó en un amor, el del Creador hacia ella, sabiéndolo invencible en tanto amor de Dios.