Habrá quien piense que, para este viaje singular que es la peregrinación jubilar a Roma, puede bastar, sin más, con no perderse por el camino, cosa por cierto al alcance de cualquiera. En todo tiempo han acechado al peregrino mil diversiones y encantamientos varios; pero ahora, mucho más. Bastará, porque así lo recomiendan siempre los maestros espirituales para las largas y densas jornadas del espíritu, ir ligeros de equipaje; pero de equipajes de mano, que no, por supuesto, de las indispensables alforjas interiores, que conviene ir preparan-do y rellenando con antelación. O, de lo contrario, se corre el peligro de que todo el fuego se vaya en salvas y en juegos de artificio que duran un instante y que no dejan brasas ni rescoldo interior. El Gran Jubileo, dice Juan Pablo II, no consiste en una serie de cosas por hacer, sino en vivir una gran experiencia interior. Las iniciativas exteriores sólo tienen sentido en la medida en que son expresiones de un profundo compromiso que nace en el corazón de las personas, donde brota el amor. ¿Será mera casualidad que Roma, leído al revés, diga «amor»? Para este viaje —no sólo para visitar las basílicas romanas— puede ser útil esta guía.