Los caprichos del pintor Francisco de Goya fueron entregados a la Inquisición española: dibujos heréticos, insolentes, subversivos, impresiones del horror, imágenes visionarias. La duquesa Cayetana de Alba, la mujer a quien Goya estaba estrechamente unido, los juzgaba brutales, bárbaros y de mal gusto. El amigo del pintor, el poeta Quintana, los elogia: Goya da forma visible al miedo profundo y encubierto que paraliza al país. Podrá creerse solo una cuestión de tiempo que el santo tribunal consiga aniquilar al hereje y destruir su obra
Pero el nuevo arte del pintor, audaz y obstinado, acaba triunfando sobre el fantasma de la arbitrariedad inquisitorial. Con una gran precisión en la descripción de los detalles y en los conocimientos históricos, Feuchtwanger narra la vida de Goya en la Corte española y en los palacios de la nobleza. En verdad, don Francisco había recorrido un largo camino desde el pueblo aragonés de Fuendetodos hasta llegar a ser el pintor de cámara del Rey. El autor ofrece un retrato pleno de color de una época en que, reinando los Borbones, y bajo la amenazadora sombra de la Revolución Francesa, empieza a desmoronarse la antigua España, a la que se aferran con fuerza tanto la arrogante nobleza como el poderoso clero. Este es el mundo en que vivió Goya, amoldándose y manteniéndose independiente al mismo tiempo. También es la época en que el artista dibujante, grabador y pintor, conocedor de la naturaleza humana, se erige en el acerbo crítico que se adelantó en un siglo a su tiempo y que, odiado y perseguido por la Inquisición, se retirará finalmente a la soledad del exilio francés, sordo y completamente decepcionado.