Después de un reinado universal que ha durado casi cinco siglos, la lecto-escritura entra finalmente en declive y la imagen recupera el aura que siempre tuvo, potenciada ahora por la invención de un espacio virtual que abre una nueva dimensión en lo real. Frente al espacio reflexivo y sereno que delimita, y a lo que siempre remite, lo textual, dotado de su propio tiempo interior de consumo y realización, es preciso destacar ahora la velocidad y la inestabilidad acerca de su sentido con que se manifiesta la imagen, y el consiguiente efecto que esto tiene en la constitución de un sujeto desbordado ampliamente en la capacidad finita de su cultura subjetiva o «espiritual». De igual manera, las viejas disciplinas humanísticas asisten al descentramiento de su impronta logocéntrica, en favor ahora de una actualidad visual, infográfica que, trasladada a la pantalla, ejerce su imperio seductor sobre las almas de la comunidad global.