El hecho de que formemos parte de la misma realidad que deseamos conocer tiene efectos necesarios sobre la manera en que la experimentamos, y sobre las representaciones que nos hacemos de ella. Nuestra realidad psíquica, social y natural, cristaliza en nuestra conciencia de modos que no traducen su verdad, que no trasladan excepto de manera deformada lo que Marx llamó, en el Libro III de El capital, su forma nuclear interna. Esto no significa que la ciencia deba prescindir del recurso a la experiencia, ni tampoco del cálculo que emplea para ordenarla. Nada más lejos de las tesis que defiende este libro. Y, sin embargo, existen avances revolucionarios en la historia de la ciencia que estos dos principios básicos (el cálculo y la experimentación) no consiguen explicar. Se trata precisamente de aquellos desarrollos por los que el ser humano fue capaz de conceptualizar su propia participación en el mundo, descontar la deformación que ésta causaba, y lograr al fin un conocimiento novedoso y adecuado de diferentes objetos de estudio. Tales son los acontecimientos cuyo análisis inspira esta obra. Los llamamos giros copernicanos. A través de ellos, la ciencia comprendió qué relación guardaba el individuo con su propio aparato psíquico (psicología), su modo de producción (sociología), su hábitat natural (biología) y el cosmos (física). Los descubrimientos de Freud, Marx, Darwin y Einstein aportaron la columna vertebral a cada uno de estos avances revolucionarios, y este libro trata de hacerlos inteligibles a la racionalidad. Los estudios que integran la colección Moral, Ciencia y Sociedad en la Europa del siglo XXI ―que dirigen Roberto Aramayo, Txetxu Ausín y Concha Roldán, del Instituto de Filosofía del CSIC― aspiran a complementar el ámbito ya consagrado por la disciplina CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad), poniendo el acento sobre la importancia del discurso ético como referente de los avances científicos y sus aplicaciones político-sociales.