En filosofía, como en el cuento más fantástico, nada es lo que parece: se requiere tiempo para descubrir lo que va sucediendo. Y aunque siguiendo el discurso de un autor sintiéramos la seguridad y tranquilidad necesarias para afrontar la tarea, aquella impresión de recorrer un mundo fantástico se acentúa, porque en la creación rigen leyes propias. Por eso, cuando al hilo de «la creación de conceptos» se abordan las nociones de acontecimiento y sentido de la filosofía deleuzeana, suena irrevocable el leitmotiv de que «no hay firmamento para los conceptos», pues toca explorar otros mundos. Un monográfico sobre Deleuze tiene ese extraño cariz de trabajar donde todo está terminado o esa hermosa contradicción de comenzar al final, si bien ambas están siempre al principio del todo, también de la filosofía.