Este libro demuestra que el desarrollo intelectual carece de verdadero valor positivo si la persona no cuenta con una formación paralela de la voluntad y una configuración sana y estable de carácter. Estas observaciones confirman también los planteamientos que Daniel Goleman realizó sobre la deficiente atención que se ha prestado al coeficiente emocional en comparación con la que se ha dado al coeficiente intelectual. Carlos Llano apuesta por una dimensión dialógica de la inteligencia –más allá de su simple actividad de raciocinio lógico– es decir, el hombre aprende cuando piensa consigo mismo y aprende a aprender de los demás. Las cualidades y diferencias intelectuales tienen su origen en actitudes y defectos que no corresponden ni al nivel intelectual ni al estricto y puro ejercicio del pensamiento. Por otra parte, en la voluntad –considerada como centro fundamental del individuo– se acentúa la capacidad de automoción y compromiso en contra de sofisticadas técnicas modernas de persuasión y motivación que la debilitan y la privan de seguridad respecto a sus fines propios. Por último, el carácter destaca la primacía que la inteligencia –apoyándose en la voluntad– debe poseer sobre los sentimientos –incluso, si son fuertes y atractivos– a los que debe encauzar y trascender. El autor también propone algunos rasgos de carácter que deben adquirir los directivos de las organizaciones –tema en el que es especialista– ya que dirigir es, en esencia, formar el carácter de aquellos a quienes se dirige. En definitiva, el libro nos ofrece pautas para no caer en el racionalismo acartonado de la inteligencia, en la rigidez inflexible de la voluntad o en el sentimentalismo dulzón y blando de nuestras emociones.