En el Filebo, con independencia de cuál creamos que es su tema principal, Platón presenta de un modo minucioso su doctrina del placer; en particular, del placer corporal. La finura analítica de la que hace gala en este diálogo tardío le permite admitir que no todos los placeres relacionados con el cuerpo son despreciables, del mismo modo que no son encomiables todos los del alma. No importa, a la hora de aprobarlo, que un placer sea del cuerpo o del alma siempre que se dé en él verdad, pureza y mesura, como sucede con los debidos a las figuras bellas, a muchos sonidos, a bastantes aromas y, en general, con los goces de los que ni duele su carencia ni va mezclada con dolor su presencia, al contrario de comer, copular, rascarse... Esos placeres puros forman parte de la mejor vida que nos cabe a los humanos. ¿Cuál? La mezcla adecuada de ciencia y de gozo. «Es como si ante nosotros, los escanciadores, se nos hubieran ofrecido dos fuentes --la del placer se podría comparar con una de miel, y la de la sensatez, sobria y sin vino, con una de agua dura y saludable-- las cuales hay que forzarse en mezclar lo mejor posible» (Fil. 61c).