Partiendo del hecho de que hay seres humanos a los que la vida moral, con sus exigencias y paradojas, les anima a abrirse al misterio y a la esperanza religiosa, el autor del presente ensayo ha reflexionado sobre las posibles relaciones entre la ética y la religión, no exentas, en ocasiones, de conflictos y tensiones. Pese a ello, con frecuencia religión y ética aúnan sus esfuerzos para enfrentarse a la cuestión límite del sentido, lo que termina por hermanar al deber con la esperanza. La problemática del sentido no puede desembarazarse del paradójico binomio virtud-felicidad. Desde que el Sapiens se puso de pie, hace miles de años, inició su aventura inquisitiva. Con enorme osadía, pero obedeciendo a sus necesidades y deseos más íntimos y personales, se rebeló contra su mero destino biológico, y buscó una salida al drama de su contingencia y de su insatisfacción radical. El esencial inconformismo del ser humano hace que la aventura de su vida haya sido, que sea y que lo siga siendo en el futuro, un debate racional y moral con el enigma y el misterio. Por ello, el diálogo entre la ética y la religión seguirá subsistiendo, a pesar de que algunos lo crean finiquitado. El ser humano no cesará nunca de buscar razones y sentimientos que le ayuden a proclamar que la vida vale la pena, y ahí la ética y la religión, de una u otra manera, se encontrarán para debatir una cuestión de tanta trascendencia.