Pocas cosas hay tan vapuleadas como la lengua española, sistemáticamente vejada, ultrajada y manoseada por los profesionales de los medios de comunicación, que odian su herramienta de trabajo por la misma razón que los albañiles odian los ladrillos: porque les recuerdan que tienen que trabajar. En cuanto a la contribución de los políticos a este deterioro del castellano en sus discursos y soflamas, mejor ni hablamos. Por si este aciago destino no fuera suficiente maldición, nuestro idioma ha ido a convertirse en el blanco de la atención de Enrique Gallud Jardiel, un escritor desaprensivo que se ríe de todo y hace añicos literales al mayor tesoro del mundo hispano-parlante con el contumaz martillo de su iconoclasia cultural. Lo que queda tras tal destrozo es algo así como un irreverente contramanual de estilo. Confiamos, probo lector, en que Español para andar por casa te será útil para luchar contra ese dragón de la canallería lingüística que ha nacido del huevo del postmodernismo. Enrique Gallud Jardiel (Valencia, 1958) pertenece a una familia de raigambre literaria, pues es nieto de Jardiel Poncela, el gran humorista. Es Doctor en Filología Hispánica y ha enseñado en universidades de España y del extranjero. Tiene en su haber numerosos ensayos literarios, históricos y filosóficos, con los que no ha ganado una peseta, todo hay que decirlo. Sufrió en su día una crisis espiritual de las de no te menees y se adhirió a la secta de los finistas, unos buenos señores que aseguran que el mundo se acaba, que vivir no vale la pena y que ya es hora de ir acabando con la mayor parte de las actividades humanas. Como contribución a la expansión de su nueva fe, este autor maldito –que ya puso en solfa a las letras universales en su impenitente Historia estúpida de la literatura, publicada para vergüenza nuestra en esta misma editorial– la emprende ahora con la sacrosanta lengua de Cervantes y la deja realmente hecha unos zorros.