Victor Hugo fue ante todo un escritor, pero también un político, y en ambas facetas actuó siempre bajo la consigna del compromiso a favor de los más favorecidos. Su defensa de los valores humanitarios de la república –y en concreto su lucha contra la pena de muerte– le abocó a un exilio de varios años, exilio que selló sus labios en el Parlamento francés pero al que debemos buena parte de estos escritos, mediante los que el inmortal escritor expresó su voluntad de que la escuela y el trabajo digno sustituyeran a la cárcel y al castigo, y la civilización a la barbarie. «... Y creéis que porque una mañana levanten una horca en sólo unos minutos, porque le pongan la soga al cuello a un hombre, porque un alma escape de un cuerpo miserable entre los gritos del condenado, ¡todo se arreglará! ¡Mezquina brevedad de la justicia humana!... Nosotros, hombres de este gran siglo, no queremos más suplicios. No los queremos para el inocente ni para el culpable. Lo repito, el crimen se repara con el remordimiento y no por un hachazo o un nudo corredizo. La sangre se lava con lágrimas y no con sangre.»