Menos mal, sin embargo, que todavía nos quedan poetas. Ver a Beatriz Cort, sentada en la terraza de Peyma, un café de Lavapiés, escribiendo -garabateando más bien a vuelapluma- un poema, puede ser ya en sí una experiencia poética, un recordatorio claro y definitivo de que la humanida sigue anhelando, buscando, persiguiendo una visión estética de la vida y del mundo que le ha tocado.
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