El diálogo al que apelamos, y que creo que se da de manera genuina en los diversos textos que se entreveran (y que, por lo tanto, no sólo se acumulan) en este libro, no se queda en mera conversación, aunque conversar ya es algo. El diálogo nos exige racionalidad, pero también -y quizás ahí esté la prueba de fuego- pasión por la verdad; esto no quiere decir ni que la hayamos alcanzado ni que la podamos donar a los demás, sino sencillamente que estamos dispuestos a aceptar que más allá de la certeza de la ciencia hay un punto al que miramos todos y que anhelamos encontrar, aunque sepamos que es inalcanzable, la sabiduría. Diálogo y sabiduría nos dan, de este modo, un horizonte en el que la comprensión de nuestras investigaciones se hace patente, no sólo para nosotros, sino también para quienes con nosotros dialogan. A ese horizonte lo solemos llamar sentido, y es a lo que apelo para dar unidad a la lectura de libro que tenemos ahora entre las manos. En un esfuerzo de comprensión, de genuina hermeneia, podemos ir más allá de los argumentos y sumergirnos en los textos que los autores nos presentan, para a partir de su contexto dialogar con sus aportaciones. Sólo de esta manera, en un horizonte compartido, podremos darnos cuenta de en efecto estamos conviviendo con algo más que palabras...