Con la hipótesis a más persona, más artista, el autor indaga en experiencias de sensibilización (equilibrio, tacto, gusto, etc.) desde la corpóreo hasta lo anímico. Enseñar arte es hacer feliz, porque a través de la propia expresión se crea un camino para reencontrarse en este maravilloso mundo. El texto ofrece numerosos ejercicios para tomar consciencia de un hecho singular: querámoslo o no, pintamos constantemente en el aire con nuestra presencia. El arte cobra sentido cuando celebra la preciosa existencia humana. Y eso no está limitado sólo a los profesionales, sino al alcance de toda persona.
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